diumenge, 16 d’octubre del 2011

El miedo es la alambrada más frustrante que existe. La opresión más profunda, el bozal más abstracto, el muro invisible más impenetrable y la duda kafkiana eterna.

Vivir con miedo es ceder la vida a un escondite oscuro, tenebroso y claustrofóbico. Aislarse de la libertad, privarse de ella, obstruir el manubrio de la puerta dentro de la habitación de Satán. Estar condenado a morder la lengua, a presionar dientes y a reprimir ideas. Fingir constantemente a modo conformista, pudrir tus entrañas y donar tu mente a los golpes de la realidad y de la no-realidad. Huir de la primera... Y de la segunda también. Confundirlo todo, todo, y nada y todo y todo y nada a la vez. No creer en ti mismx ni poderte reinventar. Por culpa de esa mierda de escudo protector que no te deja aprovechar nada. Que te obliga a rechazarlo todo, que te convierte en un ser absolutamente cobarde, necio y versátil, que te intoxica de sus premisas de lógica racional, inercial y asquerosa de mierda. Ver las cosas pasar, y la naturaleza tornar sus colores, y la primavera y el verano encadenado con el otoño y otra vez el invierno. El duro y frío invierno, que congela lo sentido y por sentir aún más, que prolonga todo por más tiempo mientras el miedo no sea vencido, que frivoliza hasta la pérdida de sentido cualquier situación que se venga encima. Y ahí está, el puto miedo que convierte todo en escarpado y abrupto y quejumbroso y bipolar. Vivir junto a él es palpar la muerte en plena existencia, permanecer detrás de la capa intangible, que se burla de la vista y del oído, de los sentidos y hasta de la locura humana.

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